Tomás Jiménez
Por Juan Souki
Como parte de una investigación sobre la historia del diseño gráfico en Venezuela el equipo de Imaginarios viajó a Cabudare, Estado Lara, para conversar con Tomás Jiménez sobre su trayectoria.
Oriundo de Santa Helena de Guairén en el Estado Bolívar, Jiménez es un diseñador muy versátil que ha pasado por la publicidad, la producción cultural y la industria del disco. En un espacio que cumple la función de taller y hogar para una familia de tres generaciones de Jiménez dedicados por completo al diseño, Tomás –junto a sus hijos y nietos– cumple compromisos con diversos clientes entre Barquisimeto y Caracas.
¿Cómo es que un niño de Santa Helena en los años 50 se interesa en el diseño gráfico?
A los once años hice un curso por correspondencia de Continental School gracias a uno de esos anuncios que salían en los suplementos de caricaturas y comienzo a hacer mis primeros trabajos de display para tiendas.
¿Displays para tiendas? ¿A los once años?
Sí, fíjate que yo tenía un negocio con un amiguito mío. Yo hacía unos cartoncitos que decían “Oferta” y mandaba a mi amiguito a que se los vendiera a las tiendas. Tenía once años y ya tenía un interés por la publicidad sin entender el concepto. No es hasta que llego a Caracas y comienzo a estudiar artes en la Cristóbal Rojas que entiendo que la publicidad estaba presente en todo.
¿Cómo es que llegas a Caracas?
Cuando yo tenía doce años mi papá murió y como hijo único me quedé solo con mi mamá. Cuatro años después, en 1966, decidimos irnos buscando nuevas perspectivas de vida… En verdad no nos fue bien. Cuando ya tenía dieciocho mi mamá decide regresar a Santa Helena y me pregunta que qué quiero hacer yo… Yo le dije que me quedaba.
¿Ya habías comenzado en la Cristóbal Rojas?
Sí. Estaba encaminado. Había comenzado a trabajar también con el español Juan Panyella como asistente. Él se dedicaba a hacer escenografías para televisión pero en verdad hacíamos de todo. Por ejemplo, el dragón chino que está en el Mee-Nam en Altamira lo hicimos nosotros. Sacamos el molde de las patas de un caimán que él tenía disecado. Nos pagaba muy bien, yo ganaba como cincuenta bolívares diarios.
Trabajé con Panyella por un poco más de un año. Era la época de los hippies, el símbolo de la paz y esas cuestiones. Yo cargaba un dibujo de muestra que le había hecho de regalo a Milagros (mi esposa) en la época en que éramos novios… Presenté mi dibujo como portafolio y con eso me contrataron en la agencia publicitaria McCann – Erikson.
¿Cual era tu trabajo?
Ellos me contratan como dibujante, pero a mi me ha pasado algo interesante en la vida: lugar dónde he llegado, siempre he tenido que enfrentarme a algo yo solo y aprender sobre la marcha… Allí me tocó trabajar directamente con el director de arte, un alemán llamado Costas, un tipo increíble. Él me entregaba puros “roughs” rallados y a mi me tocaba coordinar muchas cosas más allá del dibujo. Sesiones de fotografía, ilustraciones, impresiones, asuntos de producción… Eso me generó mucho conocimiento de inmediato.
Llevábamos cuentas como Checkers y American Express. Con el tiempo eso me abre otras puertas. Yo había llenado una planilla en el Ince hacía tiempo y me llamaron un día para ofrecerme el trabajo de director de arte. Tenía unos 21 años.
¿Cómo afrontas ese trabajo? ¿Qué implicaba?
Bueno, cuando me llaman por primera vez es porque llegaba lo que ellos llamaban “La semana de formación profesional” del Ince, una especie de feria que reunía a todos los centros Ince de Venezuela para que mostraran sus trabajos. Allí me tocó diseñar la exposición completa, la imagen, todos los stands… Contaba con el apoyo de mucho personal calificado… Me acuerdo que me preguntaron “¿Tú puedes hacer esto Tomás?” Y yo les dije: “Sí, claro que puedo hacerlo”. El propio Costas me recomendó que lo hiciera.
Para el evento me dieron un presupuesto de veinte mil bolívares y no te puedes imaginar todo lo que hicimos… Así fue que me gané el trabajo y comencé a trabajar directamente con el presidente del Ince.
¿Qué aportan esos años a tu formación?
Seguridad. En ese momento una agencia de publicidad manejaba la cuenta del Ince y yo con el conocimiento que había adquirido en McCann convencí al presidente de que no era necesario trabajar con una figura externa… Contábamos con el equipo para hacer el trabajo nosotros y eso fue lo que hicimos. Dejaron de trabajar con la agencia y comenzamos a generar una nueva imagen para el Ince a nivel nacional que funcionó muy bien. Con el Ince trabajé tres años.
Era un momento en el que había mucho campo de trabajo, experiencias diferentes que te llamaban la atención. La gente en la publicidad siempre estaba rotando, así que luego me fui a trabajar a Braunstein allí pasé cinco meses nada más.
Cuando llegaron las vacaciones de Navidad y me fui a Ciudad Bolívar a pasar unos días con mi familia, y estando allá me doy cuenta que hay una convocatoria abierta para el ciclo de exposiciones de artes plásticas para el año siguiente en el museo. Les hablé de mis pinturas y les dije que quería exponer y me pusieron en la cartelera para el mes de Junio… Me retiré de la agencia y me quedé pintando en Ciudad Bolívar para estar preparado para la exposición.
¿Cómo resulta ese cambio?
A través de esa exposición me ofrecen trabajo en el Museo Soto como restaurador de obras de arte y acepté. Me quedé trabajando en el museo tres años. En mi tercer año deciden cerrar el museo para hacer una restauración y unas ampliaciones. En ese proceso, yendo y viniendo de Ciudad Bolívar a Caracas, decido regresar. Había oportunidad de quedarse ahí mientras remodelaban, pero no había nada que hacer.
¿Es allí cuando empiezas a trabajar en el taller del Conac?
Sí. Tenía dos opciones, una era una pasantía en restauración de obras en el Museo de Bellas Artes que visité y me pareció un poco lento… y la otra era irme a trabajar con Santiago Pol en el taller de diseño del Conac. Un día en una exposición que monté en el Jockey Club me consigo a Jorge Pizzani y me dice: “Mira, ¿Qué pasó que no has ido?, ya va a ser quince y tienes que cobrar” Ya me habían metido en la nómina y todo.
¿Cómo es la experiencia de trabajar con Santiago Pol?
En el CONAC Santiago era el jefe de la unidad pero éramos autónomos y trabajábamos como colaboradores. Nadie te decía tienes que hacer esto o lo otro, cada quién dio lo que sabía y aprendió del otro. Incluso a un vigilante que teníamos, un día Santiago lo puso a lijar una escultura y ese hombre terminó convertido en un artista, salió con un oficio. Investigábamos como funcionaba todo, nos obligábamos a que las cosas se realizaran y aprendíamos mucho unos de otros. Todo lo que necesitábamos lo teníamos en ese taller. Desde entonces mis compañías han sido talleres de diseño integrales. Aún hoy, nos sentimos como familia, se creó una afinidad tan grande que no se olvida.
Muchos nombres interesantes del diseño en Venezuela están ligados a ese taller además de Santiago Pol, Horacio Guía, Jorge Pizzani, Oscar Vásquez, Adolfo Medina…
Creo que es el primer taller de diseño en Venezuela en el que cinco o seis diseñadores colaboran a tiempo completo. El flaco Oscar en verdad trabajaba para la GAN pero estaba todo el día ahí metido con nosotros. Hacíamos carteles y catálogos para museos, ferias, exhibiciones en la Bienal de Venecia, París… Mandábamos materiales a todas partes. Estaba muy bien coordinado, cada trabajo tenía que ser lo mejor. Estuvimos como cuatro años trabajando juntos, recibimos muchos reconocimientos y desarrollábamos carteles para muchos artistas de Venezuela.
La Biblioteca llevaba nuestros carteles a muestras internacionales representando a Venezuela y eso nos dio mucho renombre. Comenzamos a recibir invitaciones internacionales para exposiciones. Después de ir con Santiago a una exhibición en Varsovia comencé a recibir comunicados de instituciones y artistas de Alemania, Brasil, de varias partes… Invitándonos a participar en muestras.
Suena como un equipo y un momento soñado. ¿Cómo termina esto? O mejor dicho… ¿Por qué?
Aún cuando teníamos una casa para trabajar allí junto a la Biblioteca Nacional en la que también hacíamos nuestros propios trabajos, queríamos algo que no fuera del CONAC, queríamos algo que fuera nuestro. Yo me reuní con Jorge Alonzo, un fotógrafo muy bueno que está ahora en España y comenzamos una compañía llamada Creatidea con un formato muy parecido al del Taller de Diseño, estaban con nosotros Horacio Guía y Adolfo Medina.
Oscar se casó con Waleska y junto a Carolina Arnal comienzan ABV el estudio que se mantiene… Santiago quedó posesionado en el país como diseñador de carteles. Aunque estábamos separados había siempre muchas relaciones.
¿Cómo funcionaba Creatidea?
Comenzamos diseñando juegos para niños, rompecabezas, artículos educativos que no funcionaron tan bien por no ser buenos vendedores… Con esto aprendimos a pasar de la parte cultural del diseño a la parte comercial, ya dándole otra forma. Luego nos especializamos en carátulas de discos.
Hacer la primera carátula fue algo que nos costó muchísimo. Los dueños de las disqueras confiaban en los diseñadores de Estados Unidos. Todos querían hacer las carátulas en Miami para decir que las hacían fuera de Venezuela y que estaban pagando para eso… Yo logré hacerle una carátula gratis a Foca Records por un amigo mío –Álvaro Tovar– y de allí comencé a hacer las carátulas de Maracaibo 15 y una serie de grupos de gaitas que manejaba su sello, y por ahí logré que me conocieran las demás disqueras.
Descubrimos que diseñar carátulas era un buen ejercicio, una buena manera de desarrollar ideas rápidamente. Todo lo hacíamos nosotros, no existían las computadoras ni los equipos necesarios para lograr los efectos que queríamos…
Comenzamos a trabajar en un laboratorio fotográfico, experimentando. Pasábamos noches enteras haciendo una fotografía. Hacíamos imágenes de doble o triple exposición, experimentábamos con la luz, el fuego, el humo, los objetos… Una noche, haciendo un trabajo para Canelita Medina proyectamos luz muy fuerte sobre un cristal tallado, para hacer unas fotografías. Con el calor que la luz aplicaba sobre la superficie, el vidrio estalló y se incendió la alfombra… El estudio se nos estaba quemando… Los dueños de la casa durmiendo y nosotros apagando esa candela en medio de un palo de agua terrible.
Otra vez, para hacer unas fotos de una modelo en traje de baño sobre una “alfombra voladora” sacamos una tabla por la ventana y le pedimos a la muchacha que se montara. Queríamos que en la foto saliera todo de una vez, las nubes, la alfombra, la ciudad, el vacío… No queríamos hacer una foto recortada porque siempre se veía el detalle. Mientras nosotros agarrábamos la otra mitad de la tabla, la muchacha toda preocupada nos preguntaba si se iba a romper… y nosotros “No, dale, dale, vamos a tomar la foto rápido”… La oficina estaba en un pent-house. Gracias a dios no se rompió la tabla.
Trabajábamos siempre con la intención de que cuando otros diseñadores miraran el trabajo y le metieran lupa dijeran… “¿Oye, cómo hicieron esto?” Y que se dieran cuenta que trabajábamos con calidad. El secreto era que lo hacíamos de verdad. Le pegábamos candela a todo, vivíamos en ese taller día y noche.
¿Algunas carátulas que recuerdes con cariño?
Demasiadas. Dimensión Latina, Maracaibo 15, Guaco, Reinaldo Armas, Porfi Jiménez, Hugo Blanco, Aldemaro Romero, Enrique y Ana, casi todos los llaneros, la Billo’s, trabajábamos para todas las disqueras, Sony, Sonográfica, Palacios, Velvet… yo tenía hasta los originales del único álbum de Billos que no tenía una foto del maestro y la orquesta en la portada. Por ahí hay incluso un artículo que habla de eso.
Otra época que parece soñada ¿Cómo termina?
La idea era comenzar a trabajar con proyectos y clientes más grandes. Creé una compañía que se llamaba Mitos Taller de Diseño. El disco tiene una edad, es una escuela… Un amigo me dijo: “Mira Tomás hay un poco de muchachos que quieren entrar en esto del disco…” Y yo estaba acaparando buena parte del mercado, entonces lo dejé, así de plano.
Mitos hizo parte de la imagen nacional de turismo de Fondo Turismo. Ya mis hijos estaban grandes y no busqué más socios, ellos habían estudiado diseño. Yo tenía clientes grandes… La primera exposición de turismo que se hizo en Venezuela en el hotel Mare Mare en Puerto La Cruz la hicimos nosotros.
Luego vinieron unos españoles que contrataron para que llevaran la imagen de Venezuela. Me reuní con ellos para mostrarles lo que veníamos haciendo y aceptaron que yo los atendiera en Venezuela, que trabajara con ellos. Luego el gobierno cerró ese acuerdo y empezaron una nueva campaña ellos mismos.
¿Cómo llegas a Barquisimeto?
Yo vivía en una casa en Carrizal, estado Miranda. Como en el noventa y cuatro vinimos de vacaciones a Barquisimeto y nos quedamos. Así mismo. Comenzamos esta nueva compañía familiar. Desde aquí hicimos la imagen de Ávila Mágica. Hacemos cosas para Food Service de Plumrose… El trabajo siempre ha sido intenso, ahora manejo un volumen menor de trabajos, son proyectos que van acompañados de un proceso de desarrollo de imagen, largos meses de entrevistas y discusiones con los clientes.
Nunca ha dejado de ser un reto. Antes estaba más joven, hacía muchas más cosas, pero siempre es la misma intensidad. Ahora trabajo con mis hijos, trabajo todos los días, sábados, domingos, veinticuatros de diciembre, treinta y unos, gracias a Dios me mantengo con ánimos de pensar, trabajar y desarrollar cosas nuevas.
Como persona mayor la gente me hace más caso, cuando eres joven tienes que buscar maneras de probar y demostrar tu conocimiento. En este momento del país la gente no está botando dinero, las grandes empresas buscan opciones que les generen confianza y que tengan las herramientas y el conocimiento para llevar a cabo el trabajo.
¿Qué viene para el futuro?
Ahora lo que quiero es colaborar para generar conocimientos para los muchachos. Sin darnos cuenta el comercio de la computación y la televisión le dan demasiada velocidad al diseño. Hay demasiada confusión. El mundo está abarrotado de mensajes cada vez es más difíciles de comunicar. Hay que saber ser limpio y directo. Los toques de virtuosismo deben estar en los detalles. Enfocarse en una sola cosa.
En algún momento uno tiene que meterse a dar clases, a enseñar lo que uno ha aprendido y ha guardado, que los muchachos entiendan que no es solo la computadora. A la hora de comunicar una computadora puede saturar el mensaje.
Mayo, 2008