Imágenes tomadas del libro El Diseño Gráfico en Venezuela de Alfredo Armas Alfonso, Maraven. Caracas, 1985.

Perfil: Larry June

SÍNTESIS BIOGRÁFICA

LARRY JUNE
Estados Unidos, 1898. Caracas, 1974

Tipógrafo y técnico de imprenta, llega a Venezuela en 1942, como empleado de la Creole Petroleum Corporation. Su trabajo metódico, riguroso, ordenado y silencioso ayudó a definir el perfil profesional del diseñador gráfico en el país.

Recopilación realizada por Arol Reyes.

Bibliografía

Armas Alfonzo, Alfredo. Diseño gráfico en Venezuela. Maraven. Caracas, 1984.

Armas Alfonzo, Alfredo. Tu Caracas Rachu. El libro menor, Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1987.

Esté, Aquiles y Jacinto Salcedo. D.G.V. 70, 80, 90. Diseño gráfico en Venezuela. Centro de Arte La Estancia. Caracas, 1996.

Revista Imprímase. Caracas, 1968.


LARRY JUNE
LA RELIGIÓN DESCONOCIDA
Alfredo Armas Alfonzo.
“Diseño Gráfico en Venezuela”. Maraven. Caracas, 1985

El primer número de “Nosotros” aparece con cuatro interrogaciones de mayor a menor, una a continuación de la otra, en lugar del título que luego se determinará en una especie de concurso propuesto entre el personal de la Creole Petroleum Corporation, que entonces se fija en algo así como cuarenta y cinco mil trabajadores. Centenares escribieron y treinta y cinco ganaron un primer premio de quinientos bolívares, que en principio estaba reservado a un solo participante, por lo que la empresa debió desembolsar diecisiete mil quinientos bolívares. Se impulsó el nombre de “Nosotros” y con esa palabra apareció el número dos, correspondiente a septiembre de 1946. El diseño, los títulos y la ilustración – los muñequitos acriollados y siempre jocundos del artista – le fueron confiados a Carlos Cruz Diez, que entonces, si la memoria ayuda, diagramaba la revista del departamento de ventas, “Essograma”.

Larry June vino a Caracas expresamente contratado por la firma norteamericana subsidiaria de la Exxon, para imponerle una organización gráfica a la revista de personal que se había decidido crear. Con este hecho se daba a “El Farol”, la revista de circulación interna y pública, un carácter institucional y cultural, segregándose las secciones acostumbradas de sociales, deportivas, nuevo personal, transferencias, seguridad industrial, etc., que ahora se ampliarían en “Nosotros”, y cuya distribución se restringiría a las áreas de trabajo de la compañía en oriente, occidente y centro del país. Un estudiante de medicina, maracaibero, el bachiller Fabio Arias Rojas, coordinaría los materiales de “El Farol”. Para dirigir a “Nosotros” se trajo a un periodista bilingüe, “hombre de relaciones públicas”, culto y simpático conforme a la normativa de uso, venezolano de padre norteamericano y madre venezolana: Franklin E. White. En la planta de redactores se cita a Federico Pacheco Soublette, Carlos Dorante, Carlos Eduardo Misle. Rafael Pineda se incorporaría después, como Lucila Velásquez, y entre uno y otro, Alfredo Arias Alfonso, que ya había renunciado a la dirección de la revista “Elite”, y quien luego asumiría la dirección de “Nosotros” y “El Farol” por ausencia de White y de Arias Rojas, hasta su retiro de la Creole en agosto de 1962.

Larry June, una mañana, después de ser presentado a la planta de jefes del departamento, se pone a su tarea en un local que le acondicionaron en el cuarto piso del edificio de la calle Edison de Los Chaguaramos. Previamente ha extraído de su maletín un tipómetro, una tabla de conversiones que gira a la presión de la mano, un bloque de papel en blanco y una serie de lápices “ticonderoga” de diversos números y punta religiosamente afilada. Conclusión: la ubicación de los materiales de “Nosotros” se establecería por orden de importancia: primero, los asuntos de la gerencia y de la política comercial, y en ese orden, la organización laboral, los planos sociales de interés de la comunidad, los reportajes a figuras veteranas, la historia documentada de la compañía, narrada por sus propios actores.

En los textos, que no deberán exceder cierto límite preciso para facilitar su lectura en breves minutos, se dispondrán informaciones aún más breves sobre personas que “fueron noticia”, cada fotografía del sujeto con una leyenda al pie, de 6, 8 ó 10 líneas juntas, medidas en picas. Se hace énfasis en no consentir bajo ningún pretexto la llamada “viuda” o “viudita”, esto es, la continuación de una o más letras de una palabra que fuesen parte de la línea anterior, en la línea siguiente y última. Este rigor impone la metodización del orden visual. Tampoco se consienten fotografías puestas en orden aleatorio que le era propio a “El Farol” hasta ese momento, sin composición gráfica formal. Se delinea un sentido de dignidad – o moral – gráfica.

Larry June, la pipa encendida entre las manos al alcance de los labios, el brazo derecho apoyado en el brazo izquierdo doblado sobre el abdomen, se detiene todo el tiempo posible ante el papel rayado del diseño, que él mismo ha dibujado, en columnas estrictas de tres y dos espacios y ha hecho imprimir a la carrera. A veces el pelo de Larry liso y peinado con “camino de un lado” se desborda sobre la frente, y él se lo alisa con la mano derecha después de pasar a la izquierda la pipa que nunca deja enfriar. A veces se calza los lentes de montura oscura de carey. La risa es breve y como rezagada.

Este relato viene a proporcionar la medida de la seriedad del celo profesional de un hombre que a partir de aquella fecha entre dos tiempos políticos y culturales venezolanos de profunda crisis innovadora resume el alcance de un estilo de trabajo del cual dimana – como el manantial de la oquedad – la filosofía y aun el hecho de la existencia fundamental del diseño gráfico en Venezuela.

“Nosotros” era una revista de circulación interna, puramente local, dirigida a un público de operadores de taladro, plantas de reinyección de gas, conductores de lanchas en el Lago de Maracaibo o el Caño La Brea en el estado Monagas, peones de mantenimiento, camioneros, mesoneras y camareras, gente de oficinas, de nóminas de pago y cifras de importación y venta, de la red de transportes del crudos, de los técnicos de refinerías, administradores y supervisores de áreas; y, sin embargo, Larry June se desentendía del público usuario de la revista para confeccionar un producto de acabado rigor técnico gráfico. “El medio es el mensaje” también opondría Larry a cualquier intención distinta a la suya.

Larry June realizó dos libros de arte para la Creole Petroleum Corporation, parte de un programa editorial extenso y ambicioso que frustró la medianía política de los caudillos de alguna tienda que veía enemistad en cualquier gestión vinculada al capital extranjero, particularmente del de origen norteamericano. Una de esas obras magníficas fue la del pintor Reverón. El otro sobre el salón de arte de 1958. Para producirlos hizo importar papeles especiales que nunca antes se habían usado en ediciones de factura nacional. Conocía las texturas y podía identificar una marca con sólo el tacto. El papel le forzaba a expresar una voluptuosidad que es común al predestinado y al sabio. Siempre nos hemos interrogado de veras por qué no se le encargó a Larry June la realización de “El Farol”. Sin embargo, de haber sido así no se produciría a su tiempo la intervención de Gerd Leufert y la de Nedo M.F. por consiguiente. Quién sabe.

Larry June poseía sólidos conocimientos de la tipografía y en el fondo podía alardear, aunque nunca lo hiciera, de su condición de tipógrafo. No le era nada extraño de los abecedarios de la cultura primigenia del libro y los laboratorios de la invención humana de los alfabetos antiguos. Podía perfectamente inventar cualquier otra forma del uso impreso del papel de cualquier naturaleza artesanal o industrial. Trabajó casi anónimamente para la Corporación Venezolana de Fomento, en los mejores tiempos de expansión de este organismo de estimulación de la industria agropecuaria, y para la Fundación Mendoza y organismos de la industria privada nacional. Solía encontrársele imbuido en sus meditaciones, entre las prensas de Cromotip. La sonrisa le acompañaba como un don de su exquisita personalidad. Se ha hablado de él que sabía hacer amigos constantes y solidarios.
Después del fallecimiento de su esposa Ruth, el severo viejo que todos suponíamos inalterable, se llenó de sombrías recapacitaciones. Su tránsito transcurre entre el 20 de agosto de 1898 y el 14 de septiembre de 1974.


SI, VIEJO LARRY
“Tu Caracas Rachu”
Alfredo Armas Alfonzo
El libro menor, Academia Nacional de la Historia, Caracas. 1987.

Una y otra idea he estado revolviendo a solas en el estudio, de frente a la perspectiva de un monte Ávila aneblinado y oscurecido por la arquitectura de la inmigración habida durante el medio siglo veintiuno venezolano que trasladó a nuestro desdichado país el modelo del Nápoles marginal, esta vivienda inhumana sempiternamente refocilada en guisos de pucheros de picores rancios. No era tu caso, amigo mío, porque a ti no te trajo a la tierra a la que le diste hasta los huesos sin ponerte a pensar mucho, la pipa mordida entre los dientes sostenida por la mano derecha, la izquierda alisando a ratos el cabello liso y duro, o sirviendo de bastón a la barbilla siempre rasurada, los ojos medio arrugados, tú de pie frente a la prensa o la mesa de composición, minutos, medias horas enteras, a la espera de que la mente racional del técnico te diera la respuesta; no la idea de tu desaparición hace ahora justamente una década este viernes 14 de septiembre, porque en ello sí te faltó, Larry, el cálculo de la regla matemática.

Ya te estabas acostumbrando a la ciudad cuyo crecimiento desmesurado y violento no dejaba de preocuparte acostumbrado a medir los cambios sociales por la lógica de la planificación más exacta, y ya hendías la clientela habitual del mercado de Quinta Crespo con la misma idoneidad de cualquier común y corriente paisano de esa multitud tumultuosa, entre aromas que a ti se te antojaban como una señal de la identidad venezolana –humos de piña, especias y cilantro, de parchita y panela, de clavel y guayaba-, cuando camino de Cromotip caminabas rincones todavía de alero y ventana volada, entre voces que te indicaban los itinerarios del mapa del mundo que se enraizaban en el mestizaje, y a veces se te iban los ojos tras la cimbreña damita negra del Tuy que casi parecía despejar el aire de la calle. Alguna vez te preguntaste si, como dicen, la barloventeña ama más con furia que con sentimiento, que un hombre se ate a esta pasión no deviene en inarmonía conyugal, y no te dije que apelaras a la experiencia de aquel Vanderford amigo común, de la compañía que nos empleó, y no te atreviste a empujar la puerta del misterio, respetuoso del alma ajena como de tu propio espíritu religioso. Caracas te circundaba con un abrazo de costumbres contrastantes: tú mencionabas la igualdad entre gentes, la convivencia del descendiente de africanos con europeos tradicionales, el trato cordial entre las edades, la posibilidad de trabajo nunca negado al residente venido de afuera. Tus amigos y compañeros saben que estabas hecho de rectitud y de bondad, de sabiduría y acierto, de humildad y respeto a los demás. Nos consta a muchos que tu conocimiento en las artes de la tipografía te convertía en un maestro con rostro de alguien cogido de sorpresa cuando se te descubría.

Así como planeabas tu trabajo de hacedor de nuevas y constantes escrituras gráficas de la técnica a la que diste tiempo largo e incesante no te percataste de que la muerte no siempre se anuncia con esa negra tarjeta de fatídicos signos de otro arte de envejecer. Si se muere Ruth Schweer y te deja sin esa compañía tiernísima que uno se pone a suponer aquí como hecha de esas conservas de frutas recogidas de la estación, preparadas en el calor y trajín de la casa y luego envasadas para los días de nevadas o la pascua. Y entonces, amigo Larry June, ahora de pie ante tu tumba de La Guairita, uno se pregunta si estando con ella, los dos juntos, ya no tenías más nada que desear o esperar. Porque hasta apuraste el paso.

23.09.84

TESTIMONIOS

Javier Aizpurua
Mr. Cartulino

«Larry siempre andaba con su pipa y su regla de cálculo, no había calculadoras modernas. Él estudió tipografía en Estados Unidos, pero era un matemático, era el hombre de los números que lo calculaba todo con su reglita de cálculo y su cabeza, porque lo tenía todo en su cabeza y era sumamente exacto. Mandaba a hacer un título y él mismo dibujaba a mano las letras del tamaño exacto con las líneas del tamaño perfecto. A veces cuando no coincidían bien los espacios de las letras por más mínimos que fuesen, decía: – Poner una cartulina entre las letras B y E- para lograr el kerning que deseaba, de allí viene su apodo de Mr. Cartulino. Así tan preciso que pedía con frecuencia los “espacios de pelo” porque eran sumamente pequeños y tenían que ser introducido a mano.

Tenía una precisión increíble, calculaba un texto escrito a máquina y decía: – Esta va a dar 176 líneas en cuerpo 18 sobre 20 –, y daba exactamente 176 líneas en cuerpo 18 sobre 20; y si no daba, seguramente era por algún error del operario, no de Larry.

Sabía mucho de papeles, introdujo en Venezuela el Cameo Dull y todos los papeles de la Warren que eran buenísimos. Muchas veces tenía que mandar a traer del exterior los papeles que quería utilizar porque aquí no existían.

Yo lo conocí por Cromotip y por amigos en común como Leufert. Luego trabajé con él en Editorial Arte. Trabajar con él era una delicia, por su precisión y su puntualidad, no le daba opción a los cajistas o linotipistas de inventar nada porque él mismo te decía exactamente lo que iba a salir en imprenta. Por ejemplo, si hacía un diploma, primero lo dibujaba letra por letra con el cuerpo perfecto, y estos dibujos eran como haber calcado el diploma después de haberlo impreso; así que las cosas salían perfectas.

Tenía muy buen carácter pero tenía problemas con todos los cajistas y linotipistas porque cada vez que hacían las pruebas, Larry decía: – No me hiciste caso a lo que te dije, faltó tal cosa o tal espacio esta mal – y efectivamente tenían que repetirlas una y otra vez. Cuando mandaba componer líneas de 34 picas, lo hacía a los linotipistas y no a los cajistas. Los linotipistas tenían que hacer dos líneas de 17 picas por la sencilla razón de que el máximo que podía componer el linotipo era de 30 picas.

Cuando yo lo conocí y observé esa clase de detalles, le pregunté por qué era tan preciso. Me contó que uno de sus primeros y más importantes trabajos en Estados Unidos fue haciendo el manual de uso para una embarcación de la armada americana, el cual usaba todo el personal, desde cocineros hasta alto mando. El requisito principal era que fuesen bien legibles y con la menor cantidad de papel, y allí es donde Larry comenzó a interesarse realmente en la tipografía, a seleccionar bien los tipos, a analizarlos.

Una vez vi uno de esos manuales cuando se lo enseñó a Leufert y estaba hecho en Trade Gothic, una tipografía que le gustaba mucho, y a raíz de eso yo traje esa tipografía para la Editorial Arte. Esta tipografía que es una palo seco muy legible y hermosa, él la combinaba con otra serif llamada Caledonia. Este es uno de sus aportes, porque ahora es algo muy común, pero en ese entonces nadie combinaba tipografías con serif y sin serif. Además era quién escogía todas las fuentes de linotipo que se traían en Cromotip, y en eso fue un precursor.

Trabajó en principio con la Creole, que fue la compañía que lo trajo a Venezuela, pero también trabajó con la Fundación Mendoza realizando los informes, con la Electricidad de Caracas y en Cromotip entre otros».

Testimonio recopilado por Arol Reyes, 2002


Carlos Cruz-Diez
Amigo Ejemplar

«Larry June, aquel americano, era un maestro del diseño. Lo trajo la Creole, pero Larry no era propiamente un diseñador, como hoy se entiende. Larry poseía un cerebro organizado, como tiene que ser el de un hombre hecho para una tarea semejante. En el diseño eso es muy importante. Larry era un maestro de la tipografía, un artista creador de signos. Una mentalidad exacta y rigurosa, y al mismo tiempo un ser excepcionalmente ejemplar, como amigo, como humano, como persona. Es difícil hallar a otro semejante. Larry nos inculcó el sentido de la organización, la composición, el papel del espacio…».

Caracas, 1983
(Tomado de Diseño Gráfico en Venezuela.
Alfredo Armas Alfonzo. Maraven. Caracas, 1984)


Javier Aizpurua
Un Larry distinto

«Le gustaban los perros wipets, no sólo le gustaban sino que los criaba y eran perros campeones. Larry me regaló uno que se llamaba Isiquio, con la condición de que si no se encontraba contento en mi casa se lo devolviera, cosa que ocurrió. Yo tengo un dibujo que me hizo Kees Verkaik del perro, que de paso, parecía haber sido diseñado por Larry porque era un animal muy estilizado.

Él vivió primero en Altamira, cerca del antiguo cine y luego se mudó a Piedra Azul a una quinta escondida donde podía tener sus perros.

Su casa era sombría, porque tenía muchos árboles y no le entraba la luz, y detrás tenía una quebradita que se escuchaba a toda hora; esa casa parecía una chivera, porque le gustaba guardarlo todo y siempre había un desorden.

Larry era desordenado, vaciaba su pipa en cualquier lado y siempre tenía un desorden en su oficina. Tenía un escritorio peor que el mío, lleno de papeles, pilas y pilas, con sólo un espacio pequeñito donde le cabía justo la hoja de papel para trabajar y su inseparable regla de cálculo, pero las cosas que producía eran de un orden increíble y con su apariencia era siempre impecable, vestido de traje o chaqueta de invierno con parches de cuero en los codos, bien afeitado y peinado y con la pipa en la mano.

Estaba casado con una americana muy simpática que se llamaba Ruth, pero con ella no tuvo hijos. Sobre su familia de Estados Unidos nunca hablaba, era muy reservado y misterioso con respecto a su vida en los Estados Unidos, yo creo que sí tenía alguna familia allá.

Él era muy silencioso, podía llegar a la imprenta, decir buenas tardes, quedarse dos o tres horas trabajando de pie sobre el mostrador, te entregaba el trabajo terminado y se iba, no era muy conversador a menos que se fuera con uno a tomarse unos tragos.

Tenía la manía de escribir diarios, y yo daría cualquier cosa por tener uno, en ellos estaba escrito absolutamente todo lo que pasaba cada día, con dibujos, esquemas y demás, su letra era muy pequeña. Cualquier cosa que uno comentara o consultara el decía: “Un momentito” y se iba a buscar en su diario donde efectivamente aparecía todo.

Fue una lástima que se perdieran los baúles que Larry tenía en su casa, unos baúles grandes y pesados como de piratas, donde guardaba todo. Yo estuve tratando de conseguirlos luego de su muerte pero cuando fuimos a su casa ya estaba vacía y nadie sabe qué pasó con todas sus cosas, sin contar con que también muchas cosas de perdieron en una inundación que hubo cuando se desbordó la quebrada de su casa hace muchos años».

Testimonio recopilado por Arol Reyes, 2002